Con alegría y esperanza hay que decir que son muchos los escenarios en el país que promueven, estimulan y registran la constante evolución de la música andina colombiana y que siguen creándose cada año nuevos espacios de esta índole; por ejemplo concursos como el Mono Núñez en Ginebra, Concurso Nacional del Bambuco en Pereira, Festival Nacional del Pasillo en Aguadas, Festival infantil Cuyabrito de Oro en Armenia, Festival Príncipes de la Canción en Ibagué, Festival Antioquia le Canta a Colombia en la Ceja, entre otros. Por fortuna también hay en el calendarion nacional Concursos de Duetos en diferentes ciudades y una lista realmente grande de festivales que se realizan en diversos lugares del país.
Es tan amplia la lista de aspirantes a estos concursos que se ha tenido que implementar una rigurosa preselección de artistas asistentes e incluso se establecen reglas que garanticen que la programación prevista en rondas clasificatorias y finales logre realizarse según lo previsto, hacer pruebas de sonido, evitar saludos extensos, prohibir al público la petición de una canción adicional si se trata de un concurso, entre otras; no obstante y a pesar de ello en ocasiones estas ceremonias concluyen en la madrugada.
Adicional a las presentaciones formales en las tarimas, surgen y se fortalecen dos escenarios que cobran gran importancia y atractivo; se trata de los conciertos dialogados y tertulias.
A los conciertos dialogados en algunos lugares también se le conoce como talleres pedagógicos, los cuales consisten en que los mismos artistas participantes, intérpretes y compositores se presentan de una forma más desprevenida y sencilla, sin el afán de las elegantes vestiduras, ni la tensión ceremoniosa de grandes tarimas; exponen las razones por las que han llegado a la música, que para algunos de ellos ha significado mantener una tradición de familia y se genera el vínculo desde la cuna; para otros, un despertar de infancia o la selección de una profesión e incluso iniciar en la interpretación de instrumentos o el canto ya en algún momento avanzado de su vida; también se cuentan las razones que llevaron a componer las obras que son postuladas ante jurados y para que den vida formalmente en el repertorio colombiano.
¿Cuáles eran los sentimientos o experiencias en que estaban inmersos? Y demás detalles de tan alta intimidad, en ocasiones de estremecedora confianza, con el corazón abierto. Sin duda estos anecdotarios ayudan a crear un vínculo muy humano y cercano, se aprende a valorar y admirar más la vida incrustada en las expresiones musicales y a sentir a los artistas muy cerca del público; aspecto muy característico de la música colombiana en la que casi siempre hay toda una avalancha de borbotones de humildad.
En alguno de estos conciertos dialogados, John Jairo Torres de la Pava, interprete y compositor antioqueño; defendía que era necesario conservar estos espacios e incluso impulsar su creación en los festivales que aún no cuentan con ello a pesar del riesgo de que al explicar las razones de composición pudiera sesgar o quitar libertad de descifrar y la dedicatoria de quien oye espontáneamente, mientras indicaba que su bambuco “plegaria por quien se ama” se refería a su hija y no a un amor de pareja como podría pensarse; algo parecido ocurre en otros contextos, como con Jose Luis Perales: “¿y cómo es él?, ¿en qué lugar se enamoró de ti?, ¿de dónde es?, ¿a qué dedica el tiempo libre?” también dedicada a una hija y no a con quien se mantiene una relación sentimental como muchas personas, incluso hasta hoy, podría interpretarlo o casos como el controvertido “Unicornio Azul” de Silvio Rodriguez.
Lo segundo referido son las tertulias, en algunos lugares le llaman “remates”; es incluso un espacio de mayor intimidad y explosiones cariñosas de artistas del querer compartir sus creaciones, formas de interpretar una pieza musical, aumentar la memoria colectiva con obras olvidadas que se trasmiten por la tradición oral o retar la agilidad de ejecución de algún bambuco o simplemente por el hecho de pasar horas enteras, con la compañía de alguna bebida en el sofá de una casa, una pequeña salita de un hotel o cualquier esquina o andén que permita estos espacios de increíble fraternidad.
Es ahí donde nacen y se cultivan muchas amistades y hasta se conforman grupos que en posteriores ocasiones participan en concursos y festivales; en una tertulia hay expertos y hay novatos, no importa equivocaciones ni olvidos; a veces es un conversatorio en el que de fondo un solo instrumento vibra, pero a veces son hasta 20 o más instrumentos en simultanea ejecución; Una tertulia es un espacio adecuado para brindar admiración, ofrecer abrazos, vender CDS, establecer lazos irrompibles y generar recuerdos imborrables.
Sorprende bastante ver cómo resultan exitosos estos informales encuentros entre desconocidos que entre ellos tocan por primera vez y que provienen de lugares lejanos, que a veces ni sabemos que existen y que por las mismas tertulias se entrelazan amistades hasta el punto de experimentar como dice Miguel A. Saldarriaga en su vals Callecitas de mi pueblo, el deseo de “esperar con ellos que llegue el final”. Allí no hay despedidas tristes, en el circuito de festivales en Colombia todos somos amigos, amigos de corazón; sin distancias en parte gracias a las redes sociales y a la música claro está.
En las tertulias hay músicos y también hay público desprevido, y claro, hay espectadores que por estas apasionadas muestras de talento y amor, queremos convertirnos en músicos como ellos.
Una particular tertulia se vivió al cierre de la versión 43 del Mono Núñez cuando Juan Consuegra y Leonardo Laverde; Comunicador e Ingeniero Químico de profesión respectivamente y músicos de corazón, en un vuelo que recorría el itinerario Cali-Bogotá, desenfundaron voz y guitarra procediendo a compartir con los pasajeros y la tripulación algunas canciones colombianas como un ejemplo de democratización e intento de contagio de estas músicas que nos llenan el alma, nos arrancan en ocasiones algunas lágrimas y hace de muchos tantos, verdaderos andariegos y melómanos de la patria.
Nota: Fotografía a 18.000 pies de altura, cortesía de Paola Picón
Que la música colombiana siga rompiendo el hielo, abriendo caminos y uniendo corazones!