claro está que no existía en la antigüedad una forma de conservar la referencia auditiva en formato magnetofónico (cassetes, discos de acetato, entre otros) o digitales que sobra mencionar y que son invento de las últimas décadas (De ahí se deriva la palabra “conservatorio”).
Hace unos meses estuve por una semana en Asís, la ciudad italiana en donde nació hacia el año 1.200 el gran Francisco, a quien por su revolucionario pensamiento y a sus seguidores se le atribuye la oración que comienza con: “Señor, hazme un instrumento de tu paz”. Viví una experiencia particular con un grupo de 400 jóvenes provenientes de 17 países: debíamos entonar cantos escritos en pentagrama y no tuve dificultad en comunicarme con jóvenes coreanos, nos hicimos muy amigos y nuestra única forma de diálogo fueron las notas musicales. Confieso que mi nivel hablado y escrito de coreano es más bien nulo. En Colombia se tiene un inventario de al menos 110 festivales folclóricos (entre concursos y fiestas no competitivas) y para fortuna nuestra, un alto porcentaje de estos tiene especialización en la música de la Región Andina Colombiana, en donde se tocan y se cantan bambucos, pasillos, guabinas entre cerca de 30 ritmos propios del interior del país. Ampliamente hemos referido el nombre estos certámenes en columnas anteriores, y entre ellos siempre habrá de destacarse el que se celebra el Ginebra (Valle del Cauca), El Festival Mono Núñez, que como cada festival tiene sus características y atractivos.
Hace pocos días, en la plaza de Ginebra, en el marco de su versión 45, conversando con Natalia Bastidas, constructora de instrumentos de gran calidad (luthier), intérprete y estudiante de la carrera de Música, gestora cultural y quien tiene gran compromiso y liderazgo en la organización de algunos de estos festivales (a saber: Festival Feijoa de Oro en Tibasosa, Festival Cuyabrito de Oro en Armenia y el Encuentro Mateo Ibarra (que hace parte del Mono Núñez y tiene como propósito de impulsar los procesos muy valiosos que adelantan cientos de niños y jóvenes en el marco de la música nacional), aseguraba: “ojalá pudiera tener el don de la ubicuidad, quisiera que cada vez que vengo al Mono Núñez pudiera multiplicarme al menos por 5 Natalias, y enviar a una Natalia al concierto de la plaza, a dos más a los conciertos dialogados y rondas clasificatorias en el coliseo Gerardo Arellano, otra a los conciertos internacionales y otra a las presentaciones de la fundación Canto por la Vida; hay varios eventos simultáneos y todos son maravillosos”.
Ciertamente en Ginebra, son tantos los espacios formales e informales (en tarimas y en tertulias que van hasta el amanecer) que el corazón se agita de emoción al reconocer la experiencia humana de lenguaje universal de paz que allí se experimenta y hasta se viven momentos de angustia cuando hay que decidir a cuál evento se puede asistir, pues todos son de la máxima calidad, y se viven momentos de increíble fraternidad y en todos esos espacios vibramos de emoción. Considero que esta conmoción se traduce en la respuesta que la humanidad por años ha buscado: la paz como constante de vida; no sobra decir que en espacios como el deporte o la política si bien se propicia la unidad de pensamiento también se generan desasosiegos y rivalidades; no obstante, la música además de ser ese perpetuo idioma del amor y tener todo el rigor técnico, es el único que aúna sinceramente corazones de distintas razas y pensamientos; es lo más parecido a la paz verdadera.
De esta serie amplia de eventos quiero referir uno del que poco se habla en la prensa: La Misa Criolla que hace parte de la agenda de los domingos en el marco de cada festival. Contando con la aceptación por la diversidad de creencia que la constitución nos otorga, tendremos que citar (y agradecer) que el Mono Núñez nació en el aula máxima de el Colegio la Inmaculada Concepción y como una iniciativa de las religiosas que administran esta institución educativa, este escenario se utiliza actualmente para la realización de conciertos dialogados.
La Misa Criolla consiste en la celebración del rito católico por excelencia: la Eucaristía, en la cual desde el Concilio Vaticano II (realizado por allá en los primeros años de la década del año sesenta del siglo pasado) se permite que cada cultura incorpore expresiones musicales en ritmos domésticos (no era así hasta entonces). Esta actividad estaba agendada para las 12 del día del domingo 2 de junio y contó con la animación litúrgica de un grupo de jóvenes caleños dirigidos por el reconocido maestro Fernando Salazar Wagner.
Dos aspectos muy valiosos merecen ser destacados. En primer lugar, que los textos litúrgicos propios para cada momento de la celebración fueron interpretados en ritmos de danza, guabina y bambuco, por ejemplo. En el momento de la comunión se interpretó el pasillo “Y Soy Feliz” del compositor colombiano Leonardo Laverde Pulido que apropia con gran sentimiento esa sublime vivencia: “Siempre me sobrará un motivo para sentir que vivo dichoso de existir, siempre entre las rosas se hallarán espinas dolorosas, siempre con esfuerzo habrá felicidad; siempre vendrá una nueva primavera y de alguna manera las flores brotarán, con cada sol viene un nuevo dilema, la vida sin problemas no me sería real… y soy feliz por la oportunidad que Dios me da de ver el nuevo día el despertar y lo mejor de mi poder brindar, y soy feliz pensando que jamás se agotarán mis ansias de luchar y esta capacidad que tengo para amar”.
En segunda instancia es conveniente destacar algunas palabras de la homilía del Presbítero Miguel Marino Marín Múnera, párroco de Nuestra Señora del Rosario, quien presidió la ceremonia y que bien su discurso resulta de gran interés general: “Una vez más nuestra hermosa población de Ginebra acoge a colombianos de todas las regiones para compartir lo que se ha convertido en nuestro más significativo aporte a la convivencia nacional: El Festival de Música Andina Mono Núñez. La música desde las épocas más arcaicas de la humanidad ha sido instrumento de pacificación y creadora de armonía en el espíritu humano. Aun su presencia en medio de la guerra contribuía a mantener lo humano. Y hasta en la tradición bíblica encontramos como tocando un instrumento de cuerda David doblegaba el humor villento del rey Saúl. Hoy, cuando por fin parece acercarse el fin del conflicto armado, que bueno que el sonido de la música andina contribuya a pacificar nuestros ánimos, aliviar heridas y ayudar a la toma de conciencia de los valores que nos unen de forma que asumamos la común identidad sobre la que se construye el proyecto de una nación en paz. Nuestra Música Andina con sus influencias y fusiones triétnicas y pluriculturales realiza simbólicamente el ideal de la patria que queremos. Por eso el valor de este festival va más allá del deleite que nos proporciona lo bello y se convierte en contribución a la creación de condiciones necesarias para la paz tan anhelada. De las diferencias, encontremos caminos de progreso y convivencia social que hagan de nosotros un ejemplo de comunidad reconciliada. Que nuestra acción de gracias a Dios signifique abrirnos a la presencia de aquel que creó el mundo lleno de armonía y que nos quiere siempre felices; que delegó en el hombre y la mujer ser compositores e intérpretes para ponerle fondo musical a toda su obra, especialmente a la historia humana para que esta se convierta en un hermoso himno de paz. Que los ritmos andinos llenen nuestra tierra como alegre celebración de nuestra esperanza en un mundo y una Colombia en paz”.
Finalizo invitando al lector a que indague sobre el simpático y polémico experimento social que hizo el estadounidense John Cage en 1952, consistente en componer una canción cuyo titulo es Cuatro Treinta y Tres (4:33), se trata de una obra escrita para piano en tres movimientos pero cuya finalidad es que quien la interpreta permanezca por cuatro minutos y treinta y tres segundos en silencio; algo similar hizo hace algunos años el compositor Ocañense Jhon Jairo Claro Arévalo en el Mono Núñez cuando con su tiple realizó un experimento semejante y en el que las conclusiones serán amplias; por ejemplo dirán algunos musicólogos que es un ejercicio para valorar el silencio (que es una forma de sonido) y otros para el que el “performance” de la obra esté adornada por los sonidos externos que configuran el escenario donde se “ejecuta” este tipo de canciones.
De cualquier manera, hay que decir que vamos por buen camino, me refiero a la senda en que en definitiva un día las únicas armas sean tiples, trompetas y tamboras, que las municiones sean las figuras redondas, blancas y corcheas; y en esta misma “clave” los fusiles permanezcan en silencio.