Por ahora, sin duración definida, debemos reservarnos aquella calidez que imprimen los sonidos que nos convocan no menos de 40 veces al año en diversos puntos del país. El culpable: ese inquilino que, sin conocimiento de causa, ignoró el ambiente de fiesta que roba a quienes seguimos la música y, en especial, la andina colombiana.
Es una pausa obligada, un vuelco para muchos: los artistas, que reservaban sus mejores acordes, y los entusiastas de la difusión cultural, quienes guardábamos, desde al menos cinco meses, ese pedacito de alma dispuesto a entregar al mundo la emoción y el privilegio propios de un festival, concurso o encuentro, por pequeño, mediano o grande; antiguo o reciente, cercano o lejano.
No menos importantes, por supuesto, son los miles de asistentes que cada año llegan a vestir de amarillo, azul y rojo el ambiente que se circunda con diversidad de aires que nos hacen recordar de dónde venimos y qué tenemos que valorar. A ellos, también les llega un ‘por ahora no’.
Vista del sitio web de la Fundación Musical de Colombia
La primera prueba de fuego la tuvo la Capital Musical de Colombia, Ibagué, la que ya tenía listos siete días de fiesta en el Festival Nacional de la Música Colombiana.
Todo sucedió justo en las puertas del homenaje póstumo de cada vigencia al legendario dueto Garzón y Collazos y el que en vida se rendiría a los compositores antioqueños Héctor Ochoa Cárdenas y John Jairo Torres de la Pava.
Coliseo Gerardo Arellano, Festival Mono Núñez 2019. Fotografía: Hernán Camilo Yepes
Pero esa ‘llamita’ que brota de la melodía tradicional no se puede dejar extinguir, al menos mientras retorne la presencialidad. Festivales como el Mono Núñez y, más recientemente, el Cuyabrito de Oro ya dieron el paso y anunciaron su celebración virtual. Inverosímil, pero digno de apoyar. Es lo más sano en un mundo en que las pantallas toman un papel de mayor importancia al momento de conectar almas en el sentimiento por nuestros artistas.
Es de destacar que otro de los certámenes más reconocidos, Antioquia le canta a Colombia, que muy religiosamente hace de Santafé de Antioquia un cálido punto de encuentro musical, hizo lo propio, con un concurso en línea orientado a escoger a los mejores participantes de sus más recientes ediciones.
Así, sucesivamente, aparecerán decisiones como las anteriores, más cuando el segundo semestre es el más colmado de eventos. El llamado: acoger con cariño y con el calor habitual la música nuestra en el destello de la virtualidad. Pronto volveremos de nuevo, para bailar y cantar bambucos, pasillos, guabinas, valses, sanjuaneros, rumbas criollas, danzas, torbellinos y muchos otros aires más que nos reavivan el orgullo por ser andinos y colombianos.